23/10/2021

Exclusivo Enfoque Sindical

Milagro Sala: "Si estando acá dentro los compañeros marchan, imaginate lo que va a ser cuando salga"

A casi seis años de su detención, Milagro Sala charló con Enfoque Sindical en su casa del barrio de Cuyaya donde cumple prisión domiciliaria. Reclama al gobierno desmontar con urgencia el laboratorio del lawfare en Jujuy, ley de medios, reforma judicial y que deje de beneficiar a las grandes empresas. A la militancia le agradece por sostenerla todos estos años y por defender a la patria.

Las mujeres caminan y se cubren del sol que hace picar las pieles con paraguas o trapos en la cabeza. Los más chiquitos usan sombreros para la ida y la vuelta a los jardines y a las escuelas. La temperatura está por llegar a los 30 grados. Es un mediodía de fines de octubre del 2021, año electoral en la provincia y en todo el país. Jujuy está repleta de afiches de campaña del Frente Cambia Jujuy, el partido que preside el gobernador actual, Gerardo Morales: su foto aparece junto a los candidatos de cada rincón de la provincia bajo la leyenda «La voz de los jujeños en el Congreso».

A cuadras del centro de la capital, yendo un poco hacia el sur, se encuentra el barrio Cuyaya, donde cumple prisión domiciliaria Milagro Sala, también jujeña, pero sin voz. ¿O acaso se puede pensar que porque reciba cientos de visitas y haga entrevistas presenciales y virtuales tiene voz una presa política en plena democracia? Aun así, esta lengua conserva una fuerza superior, aunque respira como agotada. Se quiebra.

Quién iba a pensar que aquella mujer que supo devolverle la dignidad a cientos de familias llevaría más de seis años en prisión no solo en un gobierno liberal como el de Mauricio Macri, que concretó su encierro, sino también durante un gobierno popular que ella misma acompañó, y que cada uno de los que piden su inmediata libertad también lo apoyan. Hay hechos que no son transparentes y no se pueden explicar, y de eso Milagro puede hablar por horas y dar constantes ejemplos.

Su nombre completo es Milagro Amalia Angela Sala. 57 años. Milita desde los catorce. Actualmente tiene diecisiete causas. Sin embargo, asegura que, en cualquier momento, puede sumar otra. Pasa sus días entre visitas de compañeros de diferentes puntos del país y reuniones virtuales, siempre en compañía de la tobillera, una tobillera electrónica que tiene un geolocalizador que transmite su ubicación las 24 horas los 365 días del año al Centro de Monitoreo. Desde allí, cualquier «irregularidad» es comunicada a la justicia de inmediato.

Está por comenzar una entrevista, y lo primero que hace es cargar la batería de aquel dispositivo. «No saben el quilombo que hace este cosito si se me apaga y empieza a sonar». Hay algo más que llama la atención en su pierna: un tatuaje a color de la Virgen de Guadalupe, que es protectora de toda América, y a la que sus fieles le piden por necesidades, enfermedades, peligros, persecuciones y amarguras. La túnica rosa de la virgen —que representa la tierra y, sus flores doradas, a los pueblos indígenas— contrasta en la piel también indígena y curtida de Milagro, una mujer que se autopercibe cabeza dura porque sino no hay forma de enfrentar a «ciertos tipos».

«Lo que pasa es que a mí la cámara me pone nerviosa», advierte antes de comenzar a darle cuerpo a su voz. ¿Esta coya, que se plantó frente a los grandes poderes concentrados, se intimida con algo así? Quizá sea una más de las tantas cualidades que la hacen más humana. Como cuando alguien ingresa a su casa y resulta imposible que no se sensibilice al ver una figura como la de Milagro: ella termina consolando a quienes la visitan y no pueden retener las lágrimas al abrazarla y acercarse, solo un poquito, a la injusticia que arrastra durante todos estos años.

La entrevista se hace en una galería abierta donde hay cuadros del Che, de Chávez, de Fidel, de River —de quien dice ser «recontra fana» y de fotos de la Tupac. En el patio, más al fondo, se sacuden al viento cantidades de prendas recién lavadas y más de diez pares de zapatillas. La casa de Milagro es un hogar. Varios compañeros se fueron a vivir allí para no dejarlos solos ni a ella ni a su marido: se trata de una gran familia donde cada uno tiene roles asignados, algunos preparan la comida, otros se encargan de atender la puerta, y también están quienes son su sombra y no se separan ni un instante de ella, atentos a lo que pueda necesitar. «No estoy bien anímicamente, pero... ¿qué puedo hacer? Yo puedo tener miles de apoyos de la puerta para fuera, el tema es adentro —se lleva la mano a la cabeza—, adentro me siento vacía, y eso me está consumiendo. Aunque no me interesa hablar de mí, hablemos de política que es lo que realmente importa». Y corta el tema.

Gerardo Morales asume la gobernación el 10 de diciembre de 2015 y, para el 16 de enero de 2016, un mes y seis días después, Milagro ya está detenida. «Al tiempo que me meten presa a mí, meten preso a Boudou, a D'Elia, a De Vido y a muchos otros compañeros más. Ahí es donde uno se da cuenta de que lo primero que probaron fue Jujuy y, como salió bien, avanzaron», detalla para explicar cómo funcionó el laboratorio del lawfare de Jujuy, como lo llama ella, el que todavía continúa intacto. Asegura que en la provincia sigue pasando lo mismo que sucedía en el país cuando gobernaba Macri: beneficios para las grandes empresas sin pedirles rendición de nada, autorización a préstamos y, al mismo tiempo, se abandona a los que menos tienen. «Llevo un registro de cómo estos tipos se han enriquecido en los últimos seis años. Mientras sigamos presos somos negocio para ellos. Y, además, el tipo [Morales] ya lo dijo bien clarito: si yo salgo, él no puede gobernar. Un estado sin democracia, eso es Jujuy». La esperanza es saber que incluso estando encerrada, la militancia sigue trabajando, sigue movilizando y no descansa exigiendo su libertad. «Si estando acá dentro los compañeros de la Tupac marchan, imaginate lo que va a ser cuando salga».

Alto Comedero es uno de los barrios más significativos de la Tupac. No solo por sus dimensiones, sino también por ser uno de los lugares donde la organización comenzó a construir las primeras viviendas. Las tierras eran inundables y por eso se llenaban de víboras. Hoy, pese a la desidia de la gestión actual, hay miles de casas construidas, una escuela de niveles primario, secundario y terciario, un centro de salud y otro de rehabilitación, el tan difamado parque acuático con la pileta más grande del NOA y tres fábricas de las cuales solo una está en actividad, la de construcción de bloques.

Ahí todavía se leen algunos murales pintados en aquellos años de tantas conquistas: «La banda de la flaca», «El deporte es salud», «En un país hecho de trigo no puede haber un niño sin la ternura del pan», «Un mundo mejor es posible». Esas frases fueron semilla. Había otro mundo posible y lo estaban haciendo realidad. Supieron demostrar que, con poco, se podía hacer mucho; que con las migajas de las migajas de las grandes empresas de la construcción, se podían construir hogares donde antes había casillas de madera, sin baño ni cocina, con familias viviendo amontonadas y con todas las necesidades básicas insatisfechas.

Empezaron con las copas de leche y los cortes de calle, pero rápido entendieron que solo con reclamos no iban a cambiar lo que se criticaba. «Nosotros no competimos con el Estado. Quisimos cubrir las necesidades de los compañeros. Quisimos marcar un futuro, no para mí, ni para mis hijos: para todos los jujeños».

Ese futuro cada vez está más lejos, si hasta la pachamama parece dar señales de insatisfacción. El barrio no tiene ningún color de la primavera. En otras zonas, florecen los lapachos amarillos al costado de los caminos. Se abren rosales, malvones, y otras florcitas silvestres. Sin embargo, Alto Comedero es gris. Su paisaje es frío a dos meses del verano, y la poca vida se la dan algunos changuitos que se corren entre ellos y, cada tanto, trepan en los juegos despintados de la plaza.

Ya son cerca de las dos de la tarde, y Milagro quiere terminar la nota para poder almorzar con su marido. Para ir cerrando, le preguntan cómo ve la situación del país y qué piensa del Gobierno. Desanimada, y sintiendo culpa por eso, reconoce que «la economía se sigue manejando con las grandes empresas», y que el Gobierno está enemistado con el pueblo. «La gente no pide un bolsón de mercadería ni un plan porque eso ya no alcanza. La redistribución de la riqueza tiene que ser real y para los que menos tienen».

Ese es su diagnóstico. La demanda es que gobiernen para el pueblo, ley de medios y reforma judicial, en ese orden. Gobernar porque el hambre es urgente. Ley de medios porque los medios fueron los que primero la juzgaron y prepararon el terreno para que luego avance la justicia. Reforma judicial porque de eso dependerá la libertad de ella y de muchos otros compañeros. «Si me tienen que liberar los amigos de Morales, no voy a recuperar nunca la libertad.  Cuando vino Alberto a verme dijo que mi detención era injusta. Yo lo que quiero es que demuestre eso en los hechos. Si no cambia la justicia, vamos a estar detenidos por mucho tiempo».

La mujer a la que han acusado de terrorista, de corrupta, de asesina, de narcotraficante —«me han tirado el código penal por la cabeza», dice— espera que el Gobierno cambie de camino. Mientras tanto, seguirá militando, seguirá trabajando. Si queda en libertad, no tiene pensado irse del país —como comentan algunos— porque sabe que no robó, e insiste: «Si el frente es de todos, tenemos que estar todos».

Los compañeros de la organización, al mismo tiempo, sienten la obligación y el compromiso de ser leales a la flaca que les enseñó que siendo coyas tienen las mismas oportunidades y, algo más importante aún, les enseño a «no agachar la cabeza ante ningún blanco de traje y corbata». Por eso, en cada movilización, se dan fuerzas al canto de «te pido que peleemos un poquito más... que a la flaca vamos a liberar…  los gorilas tienen miedo que la flaca gobierne para el pueblo...».

Cafecito