Cerca de las 3 de la madrugada del 9 de agosto de 2018, el Senado argentino le dijo no a la interrupción voluntaria del embarazo, un derecho de la mujer que organizaciones feministas y sociales vienen exigiendo desde hace más de una década. Fueron 38 votos por el rechazo de la Ley que había obtenido media sanción de Diputados contra 31 que la aprobaban y 2 abstenciones.
Fuera del recinto de la Cámara Alta, desafiando la lluvia y el frío que invadió la noche, una multitud permaneció impertérrita frente a las puertas del Congreso durante horas a la espera de la votación. Una abrumadora y bulliciosa mayoría portaba el pañuelo verde que la identificaba con la Ley, mientras que una porción minoritaria, con innegable pertenencia confesional (sobre todo evangelistas y católicos), vestía pañuelos celestes, símbolos de la negación a cualquier tipo de despenalización del aborto.
El debate se extendió más de 12 horas. Y aunque hubo discursos que sin duda quedarán registrados en los anales del Senado, otros pasarán rápidamente al olvido por su pobreza argumentativa, como el de los senadores Esteban Bullrich, del oficialismo, y Rodolfo Urtubey, de Salta.
"No todo está perdido", se escuchó decir a algunos senadores que votaron positivamente por la ley. "Lo más importante es que se pudo instalar el debate", explicaron e insistieron en que este proyecto "volverá a tratarse el año que viene", según lo marca el reglamento de la Cámara. Lo cierto es que el aborto clandestino causa miles de muertes y que se seguirán haciendo. Pero también no menos cierto es que la lucha por el derecho de las mujeres a decidir por sí mismas, se reanudará hoy mismo. Y ahora, con más fuerza.
